sábado, 24 de julio de 2010

Hechos de Cine.

Se proyectan los recuerdos del siglo XX en una sola película llena de historias acontecidas en las esquinas de Bogotá: El final de la guerra de los 1000 días, la pérdida del canal de Panamá, las grandes obras públicas, el bogotazo y la particularidad de los 80 que terminaron en resonantes disparos en el marco de la Plaza de Bolívar.


Bogotá a principios del S XX, era una pequeña y parroquial ciudad de 100.000 habitantes, golpeada anímicamente por la guerra de los mil días y por la pérdida de Panamá que había dejado en los huesos la dignidad patria. Entre 1904 y 1909 se restituyó la legalidad al liberalismo y el presidente Rafael Reyes buscó realizar un gobierno nacional, a pesar de que atentados como el que sufrió al lado de su hija Sofía de camino a Chapinero, mantenían a la ciudad y al país al borde de la guerra.

El primer pago efectuado por Estados Unidos para conseguir en definitiva la separación de Panamá, hizo que lánguidamente la capital empezará a crecer, aunque parte de esos dineros se desviaran mágicamente hacia los bolsillos de un reducido y selecto público de primera fila y por lo que bogotanos como el estudiante Ernesto Bravo salieran a protestar encontrando la muerte, encendiendo el polvorín de la inconformidad de obreros y estudiantes que por poco le cuestan la dimisión al presidente Miguel Abadía Méndez.

En 1936 la ciudad vivía una gran etapa de transformaciones. Jorge Eliecer Gaitán, su alcalde, adelantó profundas reformas sociales. En 1938 terminó las obras del acueducto y construyó importantes escenarios que con motivo del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, fueron sede de los Juegos Bolivarianos.

Sin embargo en 1946, perdería las elecciones frente a Laureano Gómez y dos años después, mientras se celebraba la Novena Conferencia Panamericana en la que se creó la Organización de los Estados Americanos, el 9 de abril de 1948, sería asesinado y la frustración de un pueblo enfurecid, enterraría, a su vez, la Bogotá colonial y republicana de aquella época bajo la lápida del Bogotazo, retada a resurgir y a renovarse de sus propias cenizas.

El primer aparte de este capítulo nos lleva a una ciudad que creció por migrantes huyendo de la violencia descontrolada de una nación sin orden público, gracias a la que se justificó el golpe de Estado que el General Gustavo Rojas Pinilla le propinó a Laureano Gómez el 13 de junio de 1953.

En 1954 llegaba una vez más la represión contra los estudiantes, antecediendo el fin de los días del general en el poder. Alberto Lleras y Laureano Gómez firmaban la creación del frente Nacional, con el propósito de poner fin a la violencia bipartidista que azotaba al país, mientras se repartían el poder en partes iguales, dando pie al clientelismo moderno, pletórico en concesiones y abundante en corrupción.

En 1968 Paulo VI, llegaría a refrescar como bálsamo a la ciudad, así fuera de paso, en época de desmesurado crecimiento.

En 1970 el general Rojas perdió las elecciones frente a Misael Pastrana Borrero. Impregnadas de aroma a fraude quedaron las esquinas citadinas, en las que empezaron a aparecer extraños carteles que daban cuenta del nacimiento del M-19 en el seno del inconformismo de una buena parte del país. Un discurso revolucionario traducido en el simbolismo de actos temerarios como el robo de la espada de Bolívar en el 74, el hurto de las armas del cantón norte, y la toma de la embajada de la República Dominicana en 1980 donde secuestraron a diplomáticos de numerosos países que conmemoraban la fecha de independencia de ese país.

En 1984 la sangre de Rodrigo Lara Bonilla se convirtió en el tatuaje pueril del macabro narcotráfico en bonanza, de abundante sicariato y métodos explosivos que dieron vida a nuevos mercenarios de guerra, en la disputa del poder de los carteles, en la época dorada de la corrupción, en la semilla próspera de las autodefensas, en la extradición que dejó muertos regados a lo ancho y largo del país.

La demencial toma al palacio de justicia el 6 de noviembre de 1986 fue la advertencia de que el delgado hilo de la cordura colombiana dependía de diálogos de paz como única salida a una violencia agazapada, pero más brutal que la del cráter arenas que, 8 días después, sepultó a Armero en el fango a pesar de las señales y las advertencias.

Un rosario de valiosos hombres cayó sobre el frío piso bogotano sin poder aportar sus saberes a la patria: Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Luis Carlos Galán Sarmiento encabezando la interminable lista escrita por las manos de las oscuras fuerzas que todo lo ordena a partir de la violencia.

La séptima papeleta daría vida a la constituyente de 1991 desde donde se proyectó el nuevo país del siglo XXI, a pesar de tener por inquilinos a los mismos vicios de fondo. Cambios en el rostro de esta nación, imágenes que, como palomas, nos transportan al vuelo sobre la historia, gracias a nuestro invaluable patrimonio audiovisual.

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