viernes, 18 de septiembre de 2009

CRONICAS A 24 CUADROS POR SEGUNDO

UN TRÍPTICO EN OPERA PRIMA.
Tres tomas de la Primera escena del cine mudo Colombiano







Entre pianos y lujos, libros y mercaderías provenientes del viejo mundo, en 1897, dos años después de la exitosa aparición del invento de los hermanos Lumiere en Paris, el proyector y la cámara de cine arribaron a Barranquilla y a Colón, aún ciudad colombiana.


Después de atravesar el país en alguno de los vapores que viajaban quedamente sobre las aguas doradas del río Magdalena, reflejo tropical de un país lleno de imágenes de ensueño, se presentó el cine en sociedad a los bogotanos en el Teatro Municipal de la Carrera octava.

Entre recuerdos confusos y memorias vagas, aquel día fue inolvidable porque la sala se había abarrotado para presenciar la ausencia de los personajes de la escena en carne propia, pero a cambio veían sin aliento casi la misma invención de Morel proyectada como un espectro de ultratumba sobre la pared desnuda, un umbral a cualquier parte, a cualquier cielo, a cualquier infierno, a los mismos sueños que luego en los cafés se transformaron en desconcertados comentarios alrededor del poder sin límite de la ciencia.

La guerra que duró mil días llenó de soledad las salas de cine, aumentó mucho más su silencio, lo prolongó hasta mediados de la década del diez, cuando las fragancias de la Belle Epoque europea aromatizaban a la capital y sus vientos tan contrastados con el parroquialismo y devoción católica, fueron llevando tantos adeptos a las salas de cine como a las iglesias. El séptimo arte se revitalizó y sus pioneros volvieron a salir en busca del país a través de sus imágenes.

1915 fue un año de estrenos: La fiesta del corpus y El drama del 15 de octubre, de los hermanos Di Donato, génesis del documental silente, se proyectaron sobre la pantalla que inhibida por la luz del cinematógrafo, titilaba reflejada sobre el rostro asombrado de sus espectadores, en medio de las románticas melodías de piano que acompañaban las imágenes danzando una tras otra en un ballet en blanco y negro.


Toma 1: 3,2,1 ACCIÓN; MARÍA: ¡OOOOOPERA PRIMA!



Del asombro al tedio había pasado el público de aquella época que quería ver algo más que paisajes y escenas cotidianas. La pantalla adolecía de drama, de ese músculo vital que le sobraba al teatro y bajo esa circunstancia, los promotores del cine nacional se vieron en la necesidad de hacer y difundir las primeras historias argumentales que, desde hacía un buen tiempo, se estaba realizando en todo el mundo.

Como fue el común denominador de la época, el cine argumental colombiano, echó mano de la literatura que se hallaba sobre la mayoría de mesas de noche colombianas de la época y a la luz del café se fue transformando en los guiones que darían vida a las primeras películas del cine mudo nacional.

En 1922, apareció el primer largometraje de ficción llamado "María" basado en la novela de Jorge Isaacs. El español Máximo Calvo Olmedo, quien trabajaba como distribuidor de cine en Panamá, decidió tomar las riendas del proyecto y presentar su idea a la Valley Film Company quien ser lanzó a ejecutar una película que en los escritorios podría ser un éxito, pero que con las condiciones técnicas del momento era una completa incertidumbre. Calvo estuvo a cargo de la cámara y el montaje. El guión y la dirección la hizo Alfredo del Diestro. La tramoya, Gilberto Forero y el vestuario estuvo a cargo de Emma Beltrán.

El reparto estuvo compuesto por Stella López Pomareda, Hernando Sinisterra, Margarita López Pomareda, Juan Del Diestro, Emma Roldán, Ernesto Ruiz, Jorge González, Alfredo Del Diestro, Ernesto Salcedo, Eduardo Salcedo, Francisco Rodríguez y Eduardo Salcedo Ospina, todos nombres de actores que ya nadie recuerda, que muy pocos conocen y que quedaron impresos en una de las tantas hojas del primer capítulo del libreto del cine colombiano.

María fue exhibida el 20 de octubre de 1922 en función privada en Buga y en Cali y el 11 de diciembre de 1924 en el Teatro Olimpia de Bogotá. Su proyección tuvo éxito, pero sobre todo, su aparición se convirtió en el primer ejemplo a seguir por otros importantes pioneros de la industria del cine que echaron mano de sus equipos y en medio de la precariedad, recrearon las letras a través de imágenes que recogieron el espíritu melodramático y costumbrista de la época.


Toma 2: Aura o las violetas, Tras la taquilla y las boletas



María había despertado un especial interés en el cine colombiano. Los asiduos espectadores comentaban al minucioso detalle los por menores de la cinta en esquinas, salones de onces y cafés. Hacía rato ya, que el público había dejado de frecuentar los parques para ver películas y en torno al séptimo arte ya existía un sentido crítico, un referente europeo para asistir al cine: Nadie masticaba entero y lo que sería la segunda película colombiana, debería superar en todo sentido a su predecesora.

A raíz del éxito económico de María, se fundó la Sociedad Industrial cinematográfica Latinoamericana, Sicla Films, de la cual hacían parte los hermanos Di Donatoque venían persiguiendo hacer de la realización del cine en Colombia un interesante negocio.

De este modo le encomendaron a Pedro Moreno Garzón, secretario de la firma, la selección del tema, quien optó por la puesta en escena de la novela Aura o las violetas de José María Vargas Vila, al resultar fácil de filmar y, porque junto a María y La vorágine, era una de las novelas colombianas más leídas del momento. Eso garantizaba el éxito que buscaban en taquilla.

Este drama romántico, de amantes utópicos y de situaciones adversas que jamás progresó ni terminó en nada, se empezó a rodar en 1923 en los estudios que la SICLA tenía en los jardines del salón Olimpia, situados donde quedaba hace unos años también el desparecido teatro El Cid.

Se levantó un tablado sobre el que se construyeron los interiores formados por bastidores forrados en cañamazo y en papel de colgadura. La película se iluminó con planchas de lata que reflejaban el sol, bruscamente, en el rostro de los protagonistas y montados en este endeble barco de papel tomó aguas la producción.

En medio de un proceder artesanal, de un empréstito adelantado más por las ganas de sus gestores que por su mismo conocimiento técnico alrededor del cine, y luego de encontrar con dificultades los protagonistas, Isabel Von Walden y Roberto Estrada Vergara, finalmente se culminó la cinta que fue exhibida en 1924 en el propio teatro Olimpia.

La obra tuvo muy buena recepción entre el público. De acuerdo a Pedro Moreno: “Se cuidó mucho la presentación moral de la película, porque la censura departamental era muy estricta, por ejemplo, respecto a los besos que debían ser muy rápidos, ya que los lentos no se admitían, motivo que causó la prohibición de varias películas, sobre todo francesas, por sus argumentos de infidelidades con besos apasionados”


Toma 3: LA TRAGEDIA DEL SILENCIO… EL MELODRAMA DEL CINE MUDO.



En 1924, la Tragedia del Silencio fue estrenada en el Teatro Faenza, un melodrama del cine mudo que, giró alrededor del amor y que fue gestado por Arturo Acevedo Vallarino, director de teatro que con el paso del tiempo se convirtió en uno de los más importantes hombres del cine colombiano.

Como herencia de las tablas, La Tragedia del Silencio mostró una mayor preocupación por el trabajo dramatúrgico y antes que ser una obra de gran éxito, se convirtió en la antecesora de Bajo el Cielo Antioqueño que tuvo una gran aceptación y un importante éxito comercial en el país y en el resto de lugares donde se exhibió.

El Guión estuvo a cargo del mismo Arturo Acevedo Vallarino, la fotografía la hizo Hernando Bernal y la Productora fue la Casa Cinematográfica Colombia


Estas tres operas primas marcarían el camino para nuevos intentos, algunos fallidos, otros que contaron con mejor suerte y que actualmente son el primer recuerdo cinematográfico que corre a 18 cuadros por segundo.

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